lunes, 28 de enero de 2008

El Efecto Expo

Como también sucederá con Gran Scala, aunque esperamos que no sea así, se suelen exponer los éxitos absolutos de los macroeventos y macroproyectos muchos meses antes de que estos hayan tenido lugar y, verdaderamente, se pueda hacer una valoración seria de todas sus ventajas y desventajas. Ayer, sin ir más lejos, el principal periodico de la ciudad en número de lectores -aunque parezca mentira de acuerdo con el ideario que exhalan sus páginas- hacía una comparativa entre la Zaragoza de hace unos años y la "nueva" que se está construyendo a golpe de inversión pública. La principal sentencia de la cabezera la constituía el hecho de que para conseguir los millones que se han gastado en nuestra ciudad en los últimos cuatro años, hubieran sido necesario un cuarto de siglo. Por supuesto, de los costes, como el tener un consistorio endeudado durante los próximos treinta años o la subida desproporcionada de los impuestos de bienes e inmuebles, basuras o aguas, no se comentaba nada. Porque lo más curioso de todo es que los ciudadanos saben que para llegar a fin de mes, si superan la cuantía de su nómina, han de pedir un crédito que luego les va a suponer un esfuerzo extra pero, sin embargo, el dinero del estado crece en los árboles. Ni que decir tiene, que también tienen que recortar algunos de sus gastos si quieren hacer frente a ese prestamo bancario y que lo saben igualmente, pero que el dinero público se puede estirar y estirar y vale para todo: macrovento, cultura, gasto social y tener el resto de la ciudad en condiciones óptimas de habitabilidad. Por algún extraño motivo, y confiando en personas de las que se desconfía el resto del tiempo, cuando se habla de enormes y megalómanos eventos, la ciudadanía se vuelve idiota.

El último ejemplo lo tenemos con Gran Scala. Sin ninguna información -lo que contradice el Convenio de Aarhus de la Unión Europea sobre Participación Ciudadana-, salvo aquella que han hecho pública los principales interesados, la empresa promotora y el grupo de dirigentes del gobierno autonómico que seguro piensan obtener algún redito electoral de todo esto, un número muy importante de personas ha hecho suyo el proyecto y lo defienden como si de vida o muerte se tratara para Aragón. Hasta tal punto hemos llegado, que ahora hay que presentar alternativas a Gran Scala cuando, desde hace muchos años, se lleva trabajando por que Monegros sea un parque nacional de acuerdo con su riqueza como espacio natural único en Europa. Curioso es que los dirigentes del Gobierno de Aragón no hayan movido un dedo para esta oportunidad única de desarrollo de la zona -ni ellos ni ninguno de los que ahora con tanta vehemencia defienden Gran Scala-, pues no supondría una actuación insostenible ni conflictiva en el plano ético, y si hayan montado un espectáculo a la hora de entregar un territorio a una multinacional extranjera. Sabiendo, como sabemos, lo que eso significa en el plano social y laboral. En definitiva, que desconociendo el proyecto, sobretodo sus aspectos negativos, ya se está vendiendo como un éxito absoluto para cada uno de los habitantes de la región y cualquiera que se atreva a decir algo en contra recibe, como viene siendo habitual, un catálogo completo de insultos y descalificaciones. Evidentemente, debido a una falta total de argumentos consistentes que avalen este "otro" macroproyecto.

Lo mismo viene sucediendo con la Expo. Una ofensiva mediática hizo desaparecer cualquier voz en contra y, por supuesto, las desventajas de organizar algo de este estilo. Ahora, unos meses antes de la muestra, ya nos están vendiendo un éxito absoluto. Sin embargo, es curioso que ayer, contemplando la foto del meandro de Ranillas tomada en el año dos mil cuatro y la que se ha tomado recientemente, yo no acababa de ver la mejoría. En la primera veía un espacio natural, vivo, irrepetible, con los últimos vestigios de lo que en tiempos fue una de los mejores hortales de Europa y que, con un muy pequeña inversión, hubiera sido un lugar magnífico para disfrutar de la naturaleza muy cerca de la ciudad. En la segunda el mismo entorno destrozado y con una pérdida de vegetación irreversible. Si me dan a elegir me quedo con la Zaragoza del 2004. Sobretodo, cuando me doy una vuelta por la ciudad y veo las carencias en servicios públicos, la inexistente inversión en cultura o la desgarradora fractura social que todo esto nos ha traído, por mucho que lo vendan como un éxito.

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