Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz
José Martí
La gravedad de la crisis financiera está socavando los cimientos del sistema capitalista occidental y mostrando, una vez más, que la historia que nos han venido contando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, al menos, no era del todo cierta. Una vez hecho escombros el muro que separaba las dos concepciones de la historia, se nos juró y perjuró que no había otro modo de organización posible y que las ventajas del mercado habían imperado sobre una economía centralizada y totalitaria.
A día de hoy, lo único que puede extraerse de todo los sucedido hasta la fecha es que el libre mercado no ha sido nunca libre mercado y ha contado siempre con la protección de unos estados débiles, sometidos a la presión constante de las grandes corporaciones. Podemos admitir que el proceso soviético no era válido, hemos de asumir, igualmente, que el modelo de producción y consumo capitalista, tampoco lo es. Entre otras cosas porque, a su modo, es igual de totalitario que el primero. Sino, ¿cómo puede explicarse el fenómeno de las modas o de las audiencias televisivas? ¿cómo sino las agresiones de grandes empresas que nuestros colegios y universidades están sufriendo en la actualidad? Sencillamente porque haciendo uso del capital, el libre mercado pretende hacerse omnipresente en todas y cada una de nuestras facetas existenciales. Pero ha habido otros procesos socialistas, de menor magnitud que el soviético, pero mucho más esperanzadores en determinados aspectos como es la ausencia de violencia explícita, cuyo propósito era la transformación social: Chile, el Soviet Húngaro o la Viena Roja, por citar algunos. Sin embargo, ¿cuándo se ha implantado un régimen capitalista verdaderamente exitoso? Incluso en nuestro país, a pesar de los años de bonanza económica, continúan creciendo las bolsas de marginalidad. En este momento de la historia tienes dos opciones para existir: consumir o producir. En caso contrario, no existes.
A día de hoy, lo único que puede extraerse de todo los sucedido hasta la fecha es que el libre mercado no ha sido nunca libre mercado y ha contado siempre con la protección de unos estados débiles, sometidos a la presión constante de las grandes corporaciones. Podemos admitir que el proceso soviético no era válido, hemos de asumir, igualmente, que el modelo de producción y consumo capitalista, tampoco lo es. Entre otras cosas porque, a su modo, es igual de totalitario que el primero. Sino, ¿cómo puede explicarse el fenómeno de las modas o de las audiencias televisivas? ¿cómo sino las agresiones de grandes empresas que nuestros colegios y universidades están sufriendo en la actualidad? Sencillamente porque haciendo uso del capital, el libre mercado pretende hacerse omnipresente en todas y cada una de nuestras facetas existenciales. Pero ha habido otros procesos socialistas, de menor magnitud que el soviético, pero mucho más esperanzadores en determinados aspectos como es la ausencia de violencia explícita, cuyo propósito era la transformación social: Chile, el Soviet Húngaro o la Viena Roja, por citar algunos. Sin embargo, ¿cuándo se ha implantado un régimen capitalista verdaderamente exitoso? Incluso en nuestro país, a pesar de los años de bonanza económica, continúan creciendo las bolsas de marginalidad. En este momento de la historia tienes dos opciones para existir: consumir o producir. En caso contrario, no existes.
La crisis actual podría modificar sustancialmente el sistema productivo. Al menos, eso aseguran los responsables de la patronal y algunos mandatarios como George W. Bush. Lo esperable es que las medidas a tomar por los diferentes gobiernos estén asociadas a aumentar la protección estatal sobre el sector financiero y a abaratar el despido. Para que nos entendamos, vamos a pagar entre todos las pérdidas ocasionadas por el “dejar hacer” de las últimas décadas y a que sean los trabajadores los que, finalmente, se sacrifiquen para evitar, a toda costa, que el orden sea subvertido y que los responsables de la crisis paguen por sus errores, su codicia o como quiera definirse la actitud de aquellos que controlan los medios de producción.
Aquí nos encontramos con la eterna dicotomía transformadora: reformismo u ortodoxia. Es decir, aceptamos las reglas injustas de este juego estúpido y, una vez más, pagamos los trabajadores los caprichos de las clases no productivas o modificamos de modo drástico las reglas del juego. Ninguno de los dos caminos es gratuito. Sin embargo, si hablamos en términos financieros, de la inversión que supone para los trabajadores asumir la crisis, no vamos a obtener como beneficio sino cierto bienestar y la incertidumbre de no saber en qué momento la situación volverá a repetirse. Porque va a volver a repetirse. La segunda opción es una apuesta de mayor calado, pero compromete dimensiones del ser humano que, precisamente, lo constituyen como tal. Nadie puede concebir lo que podría alcanzarse con ello. Quizás fuera la definitva hora de los hornos. Para empezar, un mundo más justo. Para finalizar un conjunto de herramientas individuales y colectivas difícilmente cuantificables. En todo caso, no es, al fin y al cabo, la responsabilidad uno de los valores que procuran inculcarse a los niños en su carrera hacia la madurez. ¿Cómo es posible formar una juventud prometedora actuando de la forma en que se está actuando desde hace décadas, permitiendo que los culpables no respondan por sus actos?
Aquí nos encontramos con la eterna dicotomía transformadora: reformismo u ortodoxia. Es decir, aceptamos las reglas injustas de este juego estúpido y, una vez más, pagamos los trabajadores los caprichos de las clases no productivas o modificamos de modo drástico las reglas del juego. Ninguno de los dos caminos es gratuito. Sin embargo, si hablamos en términos financieros, de la inversión que supone para los trabajadores asumir la crisis, no vamos a obtener como beneficio sino cierto bienestar y la incertidumbre de no saber en qué momento la situación volverá a repetirse. Porque va a volver a repetirse. La segunda opción es una apuesta de mayor calado, pero compromete dimensiones del ser humano que, precisamente, lo constituyen como tal. Nadie puede concebir lo que podría alcanzarse con ello. Quizás fuera la definitva hora de los hornos. Para empezar, un mundo más justo. Para finalizar un conjunto de herramientas individuales y colectivas difícilmente cuantificables. En todo caso, no es, al fin y al cabo, la responsabilidad uno de los valores que procuran inculcarse a los niños en su carrera hacia la madurez. ¿Cómo es posible formar una juventud prometedora actuando de la forma en que se está actuando desde hace décadas, permitiendo que los culpables no respondan por sus actos?
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