jueves, 24 de enero de 2008

Qué puede esconder un atropello mortal

Ayer estuve a punto de presenciar un atropello. Sucedió cerca de casa, en una céntrica calle de Zaragoza. Un inmigrante de raza negra estuvo a punto de ser impactado por un coche normal, en una calzada normal por un suceso inexplicablemente anormal. Los motivos fueron los de siempre: unos discos compactos, unos bolsos de imitación o una camisa vendida en la calle sin los permisos correspondientes. Ya os sabreis la historia. La policía surge de la espesura urbana y se provoca la estampida. Ante el temor a las consecuencias de una detención, los perseguidos no se preocupan más que del grupo de perseguidores e ignoran todo lo demás.

El hecho me resultó nauseabundo. No sólo presenciar la posibilidad de un accidente, también observar el recurrente huír del pobre para defender los privilegios del rico. Vamos a ser honestos en nuestras apreciaciones de los hechos delictivos que se les imputan a estas personas. En primer lugar, nadie que adquiere un bolso, camiseta, pañuelo en uno de estos puestos considera que compra el modelo auténtico. Entre otras cosas, porque sabe que no puede permitirse el precio de un original o se niega a pagar una cantidad que considera abusiva. Aunque tampoco entiendo yo el sentido que tiene comprarse una imitación para, en definitiva, dar cierta publicidad a una firma si no admites otras cuestiones de carácter ético. Algo similar a criticar de un modo reiterado el incremento del número de obesos en todo el mundo desarrollado y dar prioridad a una hamburguesa frente a una ensalada cuando se sale a comer. No se está reduciendo el número de potenciales compradores de esos productos. El que desea un disco, bolso, camisa de marca acude a un comercio y lo adquiere.

En segundo, nadie somete a juicio etico las actividades consumistas que cumplen la normativa cuando son muchas las voces que alertan de la imposibilidad de combinar los mecanismos actuales del mercado con un desarrollo sostenible. Ese tipo de actividades están poniendo en serio peligro la supervivencia de todo el planeta sin ser en absoluto reguladas. La única limitación a lo que puede o no puede comprar una persona es su cuenta corriente. Por supuesto, articular medidas que limitaran las adquisiciones de un ciudadano, o ciudadana, a lo que la Tierra puede ofrecer quebraría este sistema socioeconómico cimentado en el consumo irracional de bienes.

Por último, ninguna de las firmas a las que pretenden imitar los diseños de productos vendibles ilegalmente en las calles, pertenecen a trabajadores abnegados que difícilmente llegan a final de mes. Por mucho que se empeñen, los problemas económicos que argumentan son relativos a la reducción del volumen ingente de beneficios que demandan los accionistas y no a una posibilidad real de bancarrota. No han sido pocos los expedientes de regulación que han dado como resultado un aumento de los beneficios y miles de trabajadores en el paro. La administración asume los costes de ese expediente de regulación en términos de prejubilaciones como una forma de mantener la paz social (Imaginad en Zaragoza 30.000 despidos por la marcha de la General Motors sin compensación alguna). Sin embargo, no tienen escrupulos en presionar a la misma administración a la que contribuyen a arruinar para imponer normativas como la que pudo ocasionar el atropello mortal. Terminamos pagando dos veces los beneficios de estas corporaciones. La primera, de facto, cuando tienen lugar los despidos. La segunda, al reducirse el presupuesto para otras partidas. Luego el orden político siempre a su servicio. Faltaría más.

En el caso de que aquel joven de raza negra hubiera muerto atropellado ayer de quién hubiera sido la responsabilidad directa y quién el inductor del suceso. Yo lo tengo claro. Cada cual que saque sus conclusiones.

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