Los continuos actos de repulsa con relación a los proyectos de dragado del río Ebro y de rebaje de la solera del Puente de Piedra están comenzando a constatar la creciente oposición, no sólo a la forma en que se están llevando a cabo las obras de la misma, también al evento en su totalidad. Una oposición no tan cercana en el tiempo que prueba, entre otras cosas, que la unidad de la ciudad no era tal cuando Zaragoza supero a las demás candidatas en la votación del Buró Internacional de Exposiciones.
Si bien es cierto que existe una inmensa mayoría de personas que se muestran indiferentes ante lo que está sucediendo en Zaragoza, no lo es menos el hecho de haberse ido detectando un creciente descontento en la ciudadanía. Lo que en un principio iba a suponer un idilio perfecto entre la ciudad y la Exposición internacional va convirtiéndose, poco a poco, en un desengaño de proporciones, todavía, no cuantificables. La subida de impuestos, el incremento del precio de la vivienda o el acoso continuo de la policía local con el propósito único de incrementar el volumen de ingresos del consistorio –en forma de multas de tráfico o de otro tipo-, van modificando la forma de pensar de los ciudadanos con relación al evento. En menor medida –algo que hay que lamentar debido a que indica la escasa sensibilidad de los zaragozanos ante los temas ambientales-, también están contribuyendo los proyectos de dragado del río y de rebaje de la solera del Puente de Piedra, últimas felonías provocadas por esta carrera hacia ninguna parte.
Quizás lo más triste sea constatar que ese descontento no ha desembocado en una oposición frontal a la muestra, posiblemente, debido a esa especie de doctrina, parte ya del ideario colectivo, por la cual se identifica la Exposición Internacional de Zaragoza en 2008 con la mejor oportunidad de la ciudad para darse a conocer a nivel planetario, por un lado, y con la solución a todos sus problemas, por otro. Es decir, criticar la muestra no supone un acto de libertad individual sino, por el contrario, un ataque directo a la ciudad y, por extensión, identificarse con ese “minúsculo” grupo de personas partícipes de la “política del no” y cuyo compromiso con Zaragoza se supone inexistente.
Relacionar un evento, por mucho que éste sea de carácter internacional y cuya duración va a ser de tan sólo tres meses, con el modo de solventar todos y cada uno de los problemas de una ciudad como Zaragoza, resulta un acto de irracional ingenuidad. Por otro lado, cabría preguntar a los zaragozanos sobre su conocimiento acerca de las últimas sedes de ésta cita para que comprendieran que la promoción de Zaragoza no será tal. En su defecto, interrogarles por ciudades como Edimburgo, Dublín o Praga, que no han organizado eventos de este tipo y que, sin embargo, reciben millones de visitantes cada año, prueba de su proyección internacional.
Lo que parece claro, actualmente, es que la exposición va a llevarse a cabo. La cuestión es ahora si ese núcleo de descontento crecerá durante los meses que nos separan de la inauguración del evento y, sobretodo, si se mantendrá a pesar de las continuas alabanzas que éste va a recibir por parte de los medios de comunicación y organizadores, independientemente del resultado del mismo, o de lo que se haya puesto en juego para su realización. Canalizarlo y obtener de él respuestas ciudadanas de mayor calado ante futuras actuaciones consistoriales debería ser el objetivo prioritario en la actualidad. De todo este despropósito, debería surgir un movimiento que exigiera cauces de participación ciudadana que impidieran en el futuro los horribles actos de los que estamos siendo testigos preferentes.
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