Para la solución al problema del cambio climático, la segunda de las ideas previamente planteadas tiene muchísima mayor incidencia que la primera. Los grupúsculos de escépticos que todavía pululan a nuestro alrededor tendrán que aceptar, más temprano que tarde, que los ciclos climáticos no pueden explicar la inquietante cantidad de acontecimientos meteorológicos extraños que están teniendo lugar. Por tanto, la sociedad occidental debe comenzar a modificar sus hábitos si pretende poner coto a la desaparición de la vida del planeta como la conocemos actualmente. Sin embargo, nuestro sistema socioeconómico impide evitar la degradación del medio.
Nuestra economía se sostiene sobre el consumo irresponsable y desproporcionado de un sector minoritario de la población. Todo lo que es adquirido supone un gasto energético responsable de la emisión de grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Una reducción en ese consumo, podría suponer el desmoronamiento de un importante número de grandes corporaciones y una muy dura crisis difícil de solventar. La cuestión radica en que, según todos los pronósticos, continuar del modo en el que nos encontramos, generará una crisis de proporciones similares. La ética es la única disciplina que puede permitirnos superar estas contradicciones. Nuestro modelo no es ético, como no lo son nuestras vidas. Un cambio en nuestra forma de consumir supondría la adquisición de una conciencia que podría suponer una herramienta excepcional a la hora de superar esa posible crisis económica. Además, conllevaría la supervivencia del planeta y gozar de una serie de recursos que siempre han tenido un carácter no finito al tratarse de productos renovables. Un par de aspectos con los que no habremos de contar si seguimos caminando en la misma dirección que hasta ahora.